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27 de marzo de 2013

Espacio para la Poesía Vicente Aleixandre

museo

El Espacio para la Poesía Vicente Aleixandre,situado en Centro de Arte Villa Miraflores, fue inaugurado el día 12 de Diciembre de 2010.

Este espacio interactivo, cuenta con una sala en las que se distribuye  el contenido del mismo, el cual  esta formado  por primeras ediciones de las obras del escritor,  literatura relacionada con la Generación del 27, proyecciones  de fotografias del escritor y asi como del entorno mirafloreño , el cual estuvo  presente en su vida y consecuentemente fue reflejado en su obra.El espacio pretende el acercamiento del  visistante  a la vida del poeta , así como a sus obras tanto de prosa comod e poesia, se pretende tambien crear el   hábito hacia ella ya sea por  medio de la lectura como por  medio del recital poético.

Entrada gratuita

Vicente Aleixandre y Miraflores de la Sierra

 

Vicente Aleixandre (1898-1984) Nobel  de literatura (1977) y  Real Académico de la Lengua Española(1950), debido a su delicada salud, buscó un retiro  de aire puro y limpio en la Sierra madrileña, donde pasar largas temporadas de curación y descanso que  conjugaba con  intensas lecturas y actividad poética. El poeta, desde 1925 hasta su fallecimiento pasó gran parte de las épocas estivales en su Villa de Miraflores de la Sierra.Muchos de sus poemas hacen referencia al entorno mirafloreño, a sus gentes, costumbres y paisajes. En su fresco retiro, Vicente Aleixandre, iba recuperando su pulso vital, entonando su estado físico y preparándose para proseguir su obra .“En este pueblo, de tan bello nombre, que tiene por un lado la gracia y la  delicadeza de las flores contempladas (Mira-flores) y por otro el poder y la fortaleza hermosa de sus montañas; y así su nombre completo: Miraflores ….de la Sierra.” Vicente AleixandrePregón de fiestas, Miraflores de la Sierra, 1961

 

 

Poema de Vicente Aleixandre que hace mención a Miraflores de la Sierra


El pueblo está en la ladera

Las casas se levantan
apenas, chaparro o piedra
agrupada que se aprieta o ahínca
contra la tierra, con un mísero espanto.
Un montón de pedruscos
se ve, y un vano en medio,
y cubriéndolos un techizo musgoso
en invierno, polvoriento en verano,
con lagartos tranquilos al sol que horrible abrasa.
Unas manos rugosas,
manos que aparecieron despacio en esos brazos,
con cuánta enorme dificultad,
hasta cuajar torpísima, corteza dura y hueso,
carne apenas sentida, apenas irrigada o fresca a veces.
unas manos, día a día
fueron poniendo piedra
sobre piedra. Piedra gris, apurada,
como caída, tal y como cayó de un cielo roto,
que así es esa cantera, ese montón injusto que en la altura
desafía a estos hombres.
Un cielo desfondado, catástrofe del cielo, que un día diera
origen
a esa montaña inmensa, montón incalculable
donde la manos rotas, sucesivas,
a buscar se arrastraban.
Y aquí están esas casas, cubiles solitarios
o, mejor, acarrados, agrupados con miedo,
casi en montón también, piedra junto a otra piedra
casi humanas tocándose.
Arriba está ese monte, monte o montaña hirviente que en
su entraña
solo piedras agita,
y en su ladera el pueblo, si no caído,
hecho allí por los hombres.
Allí arrastrado y allí al fin detenido
casi sobre el abismo o figura;
al fondo sólo el llano.
Este pueblo ha dormido
Años o siglos. Cochiqueras, cubiles. Porquerizas se llamaba
En la Historia
Sobre el remoto llano, y allí sin límites,
Se ve un mapa extendido.
Guadalix está próximo. Y es Bustarviejo este otro.
Y a la derecha Chozas – más chozas y aún más chozas -.
Y más allá, ala izquierda, ese otro grupo:
Torrelaguna. ¿Torre? Cual siempre. ¿Laguna? ¡Dios la diera!
Y al fondo Cabanillas. Y Navalafuente. Colmenar más
visible.
Colmenar Viejo. Todo antiguo, y lo mismo.
Y el llano inmenso, hermoso; pero no para el hombre.
La cañada está próxima y sus ráfagas claras.
El fresco río infante, recién nacido, ajeno
a su fin allá lejos en el Tajo imponente.
Y arriba la Morcuera, el puerto que un bosquete
abre y se da otro llano, feraz ahora y diverso.
Por el camino un día, senda o trocha avanzado,
rumbo a ese puerto, acaso a un monasterio allí en el valle
de Rascafría, pasó un cortejo extraño. Soledad de la
Historia
que el tiempo nombra o dice moteja. Leyenda,
diosa aún menor que vaga sin precisión y apenas
pasa un momento grácil o irónica. La reina,
bajo ese mote, siglo XVI o centuria
XVI, iba despacio en silla, en litera es más justo,
rumbo a sus devociones en el viejo cenobio.
Atravesó la nieve penosa, la ladera, se reposo un momento.
Allá, allá más arriba, la Morcuera nombrada.
Y de pronto, ¿qué es eso más bajo? El dedo fútil
señaló. «Mira». Ondulan silvestre. «Mira: flores».
Miraflores. La reina bautizó los cubiles,
las grises cochiqueras agrupadas. Miraba
seguramente flores, sólo flores. Morada
la flor del castigado cantueso, la amapola
si acaso. Y Porquerizas fue Miraflores. Dicen.
No, la leyenda engaña. Los ojos verdes ciegos
no miraron un pueblo, sino flores perdidas